Escuela del Jacarandá

Ficciones al estilo de Márquez



La locura del loco 

         Llegó a Barcelona en un día lluvioso, estaba exhausto a causa del largo viaje. Tras treinta días de travesía, desde Caracas, Venezuela, su país natal, hacia Barcelona.
        Homero era moreno y de aspecto de perfecto extranjero educado. No hubo elección, tuvo que exiliarse debido a su participación en los disturbios contra la dictadura.
       Al llegar al puerto de la ciudad, no le costó identificar a Milton Santos. El era un peruano, dueño de muchos hoteles de inmigrantes. Había sido recomendado por un amigo. Lo recibió casi sin palabras y le indicó que se subiese a su auto.
      Al cabo de una hora se detuvieron frente a un hotel a las afueras de la gran ciudad.                                        
      Al entrar, vio una hermosa, limpia y moderna recepción. En las sillas de espera había montones de personas esperando a ser atendidas, pero Homero ya había recibido su llave del cuarto cien con su número gravado.      
      Inmediatamente vio algo extraño en los huéspedes de la sala de espera. Parecían muertos, dormidos todos con los ojos abiertos.
     Su cuarto era simplemente una cama y un pequeño baño.                                                                  
     En su primera noche tuvo horribles pesadillas sobre fantasmas que lo llamaban  en busca de ayuda.
     A la mañana siguiente, cuando bajó a desayunar, después de despertarse,  ya no quedaba comida. En ese instante recordó que en un sueño que tuvo aquella noche, un muerto le decía que vaya a la alcoba.
     Al ir allí, con mucha  curiosidad, se encontró con una habitación sucia y descuidada. Logró notar un diario en el suelo que tenía veinte años. Al leerlo,  en la tercera página identificó el nombre “Milton Santos” que se cumplía  15 años de su muerte  en ese hotel. También decía que había matado a todos sus huéspedes antes de suicidarse. Aterrado, se dio vuelta para escapar pero se encontró frente a frente con Milton y sintió un cuchillo atravesando su corazón.
Allí estaba Homero, muerto y desangrando a más no poder en aquel loquero.

Tomi Kastner, Facu Ajler y Ilan Schusterman 
7º "B"
 

La incesable lluvia del olvido



  -Adiós mis hijas- dijo Manuel Letó – las extrañaré.
   Un mes antes su jefe lo había llamado para comunicarle su traslado a Londres, Inglaterra. Al principio se negó, pero su paga en Cartagena no era tan buena y su familia no estaba pasando un buen momento, así que terminó por aceptarlo.
   El viaje duró unas incómodas doce horas, de las cuales solo pudo concebir sueño durante media. Cuando al fin llegó nadie lo estaba esperando, por lo tanto se tomó un taxi hacia un hotel muy precario pues estaba corto de dinero. 
   Llegó la hora de la cena y se dio cuenta de que no tenía comida, y mirando por la ventana encontró un supermercado a media cuadra. Al salir de él con las provisiones, un fuerte escalofrío recorrió su espalda, y una tormenta como ninguna otra se desplomó sobre Londres.
   Había pasado una semana y la lluvia no cesaba, su trabajo había sido cancelado, y por la gran tormenta era incapaz de volver a su casa en Cartagena. Por lo cual,  consiguió un trabajo temporal en un bar cerca del hotel, como mozo.
   A los dos meses, una hermosa muchacha de apróximadamente treinta años entró a la cantina. Manuel no pudo sacar los ojos de esa joven que luego le fue a pedir un trago. Cegado por el amor, olvidó momentáneamente a su esposa y empezó a seducir a la muchacha. La joven, aún triste por la tragedia de su marido que fue asesinado por la tramontana, se sintió fuertemente atraída por Letó y terminaron pasando la noche juntos.
   Elizabeth Jewels, la joven,  era una rica desempleada, que había heredado una gran fortuna de su padre. Tenía una hija de dos años llamada Mary Jewels. Aunque venía de una familia adinerada, era carismática y humilde.
   Manuel y Elizabeth empezaron a tener una relación un poco más seria. Al paso de los meses, Manuel se iba olvidando cada vez más de su esposa e hijas en Cartagena. Como la lluvia seguía no tenía la posibilidad de verlas, eso atribuyó a que al paso de un año las había olvidado por completo.
   Después de un tiempo Manuel y Elizabeth se casaron y la dama quedó embarazada en la luna de miel.
   Los años pasaban rápidamente, primero diez, luego veinte, y después treinta. La incesable lluvia avanzaba con ellos. Antes de que se dieran cuenta habían pasado cuarenta años.
   Una mañana, de la misma fecha de cuando había empezado a llover. Manuel hacía su caminata matutina en el parque y notó, muy sorprendido, que la lluvia se había detenido. Al instante, los recuerdos de su familia en Colombia cayeron a su mente como bombas.  Al volver aquellos recuerdos  a su cabeza, la indecisión se volvió demasiada para él.
   Al día siguiente, Manuel Letó fue encontrado  colgado de un árbol de su cinturón. Se había ahorcado. Desafortunadamente no pudo resolver su situación y decidió terminar de esa forma con su vida.

    Tobías Brandy, Lorenzo Zas y Pablo Smolkin 7ºB 2011


“Sueños de una fría noche de abril”

En 1976 a causa de la dictadura, Magdalena Monterrey y Eduardo da Silva se exiliaron en Argentina rumbo a Italia.  Al llegar al aeropuerto cada uno por su cuenta, ya que hasta el momento no se conocían, se encuentran con una fuerte tormenta de nieve que no permite salir del mismo por ocho horas. 
Cuando se vieron, a la espera de que terminara la tormenta, se enamoraron profundamente a  primera vista.
   Eduardo al ver a Magdalena, quedó flechado con su belleza  descomunal de no más de treinta años. Magda era una joven con rizos del color de la miel y ojos verdes relucientes que encandilaban su mirada.
   A su vez, Magdalena quedó impactada con Eduardo, con su perfil de bronce romano.
   Luego de charlar con él en el aeropuerto, decidieron empezar a salir.
   Después de cinco meses de salidas y miradas, deciden casarse. Fueron felices por dos años, hasta que un día, al volver del trabajo, Eduardo encontró sobre la cama de ella una carta. Cuando la vio le resultó muy llamativa. Estaba envuelta en un sobre amarillento, escrito con una caligrafía perfecta. Parecía estar abierta.
   La intriga lo carcomía por dentro, por lo cual decidió abrirla y quitarse la duda. Era de un tal Ricardo Montoya, una persona de la cual jamás había oído hablar,  lo que le resultó extraño.
   La carta sugería que Magdalena y Ricardo se irían a encontrar  en el café del hotel “Noventi” a las ocho de la noche y era dirigida a Magdalena, que se encontraba fuera de casa.
   Eduardo se sintió muy incómodo, pero decidió seguirla donde quiera que fuese en aquella lluviosa noche de abril.
   Ya eran las nueve de la noche cuando Magdalena todavía no llegaba por lo cual decide ir a buscarla, suponiendo que ella se encontraba en el hotel.
   Al llegar, allí estaba su amada junto a Ricardo y fue en el momento en el que se besaron apasionadamente. Eduardo se pellizcó el brazo intentando despertar de aquella pesadilla que jamás había sido tan real. Magdalena, que seguía sin notarlo ahí, dio dos sorbos más a su café, y se levantó junto a Ricardo de la mesa dirigiéndose al ascensor.
    La primera reacción de Eduardo fue ir corriendo a la casa, mientras se empapaba con la lluvia. Ella llegó alrededor de las once, con dos horas de retraso. Eduardo la esperó despierto como de costumbre, y se fueron a dormir normalmente como si nada hubiera pasado. Esa noche, el joven  soñó con Ricardo Montoya, eran sueños tan reales que hasta parecía estar presente en el cuarto. Así fueron todas las noches durante semanas. Hasta que una vez despertó llorando y con gotas de sudor recorriendo su cara. Fue esa madrugada cuando se dio cuenta de que debía acabar con este martirio.
Se dirigió al hotel, casi seguro de encontrarlo allí, en la habitación doscientos setenta y seis, noveno piso. Fue lo que le indicaron en la recepción cuando pregunto por Ricardo Montoya. Forzó la puerta que no logró abrir con la llave que le entregaron al decir que era su hermano.
Lo despertó con veinte cuchillazos.
   El señor Eduardo Da Silva, había enloquecido. Volvió a su casa cargado de furia. Magdalena yacía dormida. Se recostó de su lado y trató de hacer lo mismo, pero no lograba conciliar el sueño. Fue ahí cuando sintió su presencia de alguien más en la habitación. Abrió los ojos y allí  estaba Ricardo Montoya,  con los veinte cuchillazos clavados y la sangre corriendo por su cuerpo. Su mirada lo presionaba, y no lo pudo aguantar más.
   Agarró una soga que enroscó a su cuello, y le hizo un nudo que ató al techo. Corrió el banco en el que estaba parado, y esperó a que la soga le prohibiera el paso del aire.
   Pronto dejó de respirar.
   
 Agosto, 2011

Realizado por: Azul Mejía, Julia Cohen, Camila Ayerbe y Morena Mirelman.7mo B 2011


Continuación del cuento : “Espantos de Agosto”
(de Doce Cuentos Peregrinos)
            Salí corriendo del cuarto tan rápido como pude. Lo único que permanecía en mi cabeza era la esperanza de encontrar a mis hijos sanos y salvos. A medida que avanzaba por el lúgubre corredor sentía que ese lugar ya no era el mismo de antes. Me detuve  frente la puerta del cuarto de los niños, o por lo menos eso creí. Al entrar, ellos no estaban ahí, era la habitación equivocada.
-¡Ay! Este maldito castillo es inmenso, voy a tardar años en encontrarlos. Mejor  despierto a Miguel. Lo busqué desesperadamente, más no lo hallé. Igualmente seguí buscándolo por los bellos y coloridos jardines. En mi camino me crucé con una joven pastora de gansos. Todavía no entiendo bien por qué le pregunté:
-¿En qué año estamos?
-¿Pero señor, no sabe qué día es hoy?- respondió la pastora.
                En ese mismo instante, escuché los ladridos y fui a enfrentar mi destino, el de Ludovico.

Realizado por: Santiago, Benjamín, Facundo, Ezequiel  y Sebastián. 7mo C 2010


Ficciones a la manera de ....

Estocolmo, Suecia, 1953.

Dorotea Antonella había llegado a Suecia la semana anterior. Se sentía sola en un lugar desconocido. Desolada, iba a beber todas las noches al bar de la esquina del hotel donde paraba. 
El mozo ya la reconocía cada vez que entraba, hasta se sabía su pedido habitual: dos copas de daikiri.
Una noche, la atendió un mozo diferente. Su nombre era Sven Nkufo, tal como decía en su identificación. A Dorotea le parecía realmente apuesto. 
El joven era dueño de ojos azules como el mar y  cabellos dorados como el sol resplandeciente de la montaña. Dorotea pensaba que  era como un ángel caído del cielo. 
Después de dejarle sus dos copas de daikiri, su caballero se alejó para seguir con su trabajo.
Dorotea, queriéndolo tener cerca, pidió muchas copas más. Esto se repitió varias veces. Poco a poco se iba embriagando. Cuando se encontraba bien borracha, invitó al camarero a sentarse junto a ella. Siguieron los dos bebiendo hasta las tres de la madrugada hasta que Sven la invitó a su casa para pasar una noche de amor, a lo cual Dorotea asintió decididamente.
A la mañana siguiente, la joven buscó a su amante que ya no estaba a su lado. Al no encontrarlo por ningún lado y sin saber donde estaba, salió al corredor de la casa. Allí se encontró con una mujer  anciana que al verla gritó: -¡En esta casa  espantan!-. Luego, Dorotea volvió al cuarto totalmente consternada. Se vistió y salió lo más rápido  que pudo de ese lugar.
Pasaron unos meses, Dorotea seguía sin rumbo como desde  sus primeros días en Estocolmo. 
Una tarde, caminando  por las calles de la ciudad, buscando a su amante, vio una extraña tienda de antiguedades que le llamó la atención. Llena de curiosidad, entró al local. Empezó a observar y revisar uno por uno los objetos cuando se detuvo en un periódico cuyo titual decía: EXTRAÑA MUERTE DEL CAMARERO SVEN NKUFO.
Lo más extraño de esta noticia era que pertenecía al año 1913 y Dorotea había conocido a ese mismo joven 
En ese momento, un frío corrió por todo su cuerpo, se quedó dura y empalideció. Empezó a comprender lo que había sucedido. Sven , el joven camarero que había estado a su lado  bebiendo hasta tarde en el bar y que le prometió amor eterno,  era un fantasma, un espectro andante que volvía al mundo, una vez por año para recordar el aniversario de su muerte.

Realizado por: Santiago, Benjamín, Facundo, Ezequiel  y Sebastián. 7mo C 2010